Éste es Glenn

Cuando intentaba memorizar La suite francesa nº2 de Bach nunca pude llegar a pensar que acabaría convirtiendo en la temática central de mi proyecto fin de carrera al intérprete que me descubrió a Bach. Cuando los niños comienzan a tocar el piano odian a Bach, yo también lo odiaba. Era evidente que de aquella no entendía nada de lo que pasaba con aquel tío que nos complicaba la vida con constantes adornos y trinos. Con los años fue distinto, incluso hoy en día poco más hay que me apetezca tocar. Con Bach puedes tener paciencia con cada nota, la prisa por montar toda la obra se esfuma y siento que nada importa, zero metrónomo, zero matices. Las libertades alcanzan su matiz más anáquico cuando Glenn hace de ellas una cárcel viciosa y sublime de la que yo al menos no podré escapar nunca.

Y aquí estoy con un tio hipocondríaco, que pasaba horas con las manos a remojo en agua tibia antes de un concierto y que adoraba a Petula Clark. De mirada gris, de esas que parecen fagocitarte hacia una cueva gélida y desamparada, de pies y manos grandes y de estilo innato a pesar de que muchos cuestionen esto último.